Debemos comenzar este artículo aclarando que, como tal, no existe una definición oficial para la ‘‘neutralidad tecnológica’’. Si bien podemos elaborar distintas explicaciones o tesis, que no exista una descripción unánime para el término puede darnos las primeras pinceladas del problema al que nos enfrentamos.
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Neutralidad tecnológica definición
En cualquier caso, y como ejemplo, podemos quedarnos con la definición que Wikipedia recoge del concepto, y que se basa en un análisis del uruguayo Mauro Ríos, que dice así: “la neutralidad tecnológica es la libertad de los individuos y las organizaciones de elegir la tecnología más apropiada y adecuada a sus necesidades y requerimientos para el desarrollo, adquisición, utilización o comercialización, sin dependencias de conocimiento implicadas como la información o los datos».
Para trasladarlo a la situación actual, basta entender el punto en que nos encontramos en la transición energética hacia modelos libres de emisiones. En este sentido, destacan las palabras de Mario Armero, vicepresidente ejecutivo de la Asociación de Fabricantes de Automóviles y Camiones (ANFAC). A principios de año, Armero se convirtió en la primera voz que se alzó a nivel nacional para reclamar al Gobierno que apoye todos los tipos de motores. La petición surgió después de que el presidente del Gobierno presentase la futura ley del cambio climático, animando a la industria a apostar por el coche eléctrico, dejando de lado otras tecnologías. Como modelo a seguir, Armero citó el ejemplo francés, donde el presidente Macron se ha limitado a señalar que es una decisión que corresponde a los técnicos y no a los políticos.
La necesidad de una política de Estado
En España hay actualmente 54 planes de calidad del aire y cinco leyes de cambio climático, que varían por comunidad autónoma. Ante esta situación, hace falta una política de Estado que unifique, regule y contemple todos los cambios a los que la población se va a enfrentar en un futuro cada vez más próximo.
Y, al igual que son necesarios mensajes claros, también lo es apostar por todos los tipos de energías y motores de vehículos, ya sean de gas, eléctricos o de hidrógeno. Y del mismo modo que los usuarios finales deberán hacer un esfuerzo por amoldarse a la transición a las cero emisiones que pase por entender todas las opciones, las empresas también deben contar con el apoyo de las instituciones: las reglas deben ser sopesadas, a largo plazo, y deben permitir tomar las decisiones correctas a la hora de invertir. No olvidemos que que cuidar del medio ambiente será más un requisito que una opción y, ante esta tesitura, las diferentes opciones tecnológicas no solo no compiten, sino que pueden ser complementarias en la consecución de un objetivo común: la descarbonización del planeta.
Sin ningún atisbo de duda estamos ante unos años de cambios y revolución en el sector de la automoción, donde van a convivir muchas tecnologías. Es comprensible que, a título particular, cada uno se posicione del lado que más en línea esté con su estilo de vida, tal y como expusimos en el artículo COCHE ELÉCTRICO VS HIDRÓGENO, pero tanto los organismos públicos como el sector privado deben velar porque la exposición de la información sea fiel, real y equitativa para cada tipo de tecnología.
Debemos dejar pues de ignorar la neutralidad tecnológica. La intervención gubernamental es indispensable para provocar cambios sustanciales en el mercado para que éstos reviertan en la ciudadanía y los gestores de lo público deben promover que las mejores soluciones convivan y redunden en el beneficio de todos. Un muy buen ejemplo de ello es Noruega: un país en el que los vehículos cero emisiones, bien sean eléctricos o de hidrógeno, además de no pagar impuesto de circulación, tienen tarifas reducidas en aparcamientos, peajes o ferries, pueden circular por el carril del autobús y pagan un 25% menos en impuestos en el momento de adquirirlos.
Teniendo en cuenta la imperiosa necesidad de velar por el medio ambiente, el coche eléctrico ofrece hoy unas grandes dosis de eficiencia. Sin embargo, esto no debe implicar que se abandonen otras tecnologías que permitirán hacer de este un mundo más limpio.
Los límites impuestos por la Unión Europea para reducir las emisiones de CO2 en los próximos años ya son una realidad, y la gran revolución de la nueva movilidad, imparable. Debemos avanzar ahora hacia una neutralidad tecnológica que dé libertad a los individuos de elegir la tecnología más apropiada y adecuada a sus necesidades y requerimientos.